A través de la oración y la
meditación vamos creciendo hacia lo que Thomas Kempis llamó “una
amistad familiar con Jesús”. Vamos penetrando en la luz y la vid
de Cristo, sintiéndonos cómodos allí.
La presencia perpetua del Señor
(omnipresencia) no es solo un dogma teológico, sino también una
radiante realidad. “Él habla y camina conmigo”: ésta deja de
ser una frase vacía; se transforma en una descripción real de
nuestra vida diaria.
He aquí, yo estoy a la puerta y
llamo;
si alguno oye mi voz y abre la
puerta,
entraré a él, cenaré con él, y
él conmigo
Apocalipsis 3.20
No estoy hablando de una relación
meramente sentimental o demasiado familiar. Este tipo de
sentimentalismo insulso no hace más que demostrar lo poco que
conocemos, lo lejos que estamos del alto y grandioso Dios que se os
revela en la Escritura.
Juan nos dice en su Apocalipsis que cayó a
sus pies como muerto cuando vio al Cristo reinante (v.1.17) Esta será
nuestra actitud también frente a la realidad del Señor. Estoy
hablando de una realidad semejante a la que experimentaron los
discípulos en el aposento alto: intensa intimidad y tremenda
reverencia.
Con la oración creamos un espacio
emocional y espiritual que permite a Cristo construir un santuario en
nuestro corazón. Seguí leyendo en "Oración personal, una guía para escuchar la voz de Dios y obedecer su palabra" de Richard Foster, Editorial Certeza.
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