Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo.
Gálatas 4.4
Cuando Adán y Eva pecaron, la humanidad y la Tierra quedaron bajo el dominio de Satanás y sufrieron las consecuencias de su rebeldía. De inmediato, Dios anunció su intención de salvar a los pecadores (Génesis 3.15).
A lo largo del Antiguo Testamento vemos crecer la expectativa de la llegada del Mesías, el Salvador. Finalmente la promesa se cumplió cuando vino Jesús, el Hijo de Dios, quien cargó sobre sí nuestros pecados en la cruz y derrotó para siempre al diablo mediante su muerte y resurrección. Él llevó sobre sí la maldición del pecado para que nosotros pudiéramos heredar la bendición.
El Mesías había sido anunciado como Profeta, Sacerdote, Rey, y como Hijo del hombre con toda autoridad. ‘Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido’ (Daniel 7.14). Su gobierno será un reino de justicia y de paz ‘de mar a mar, y ... hasta los fines de la tierra’ Zacarías 9.10).
Pero el Hijo del hombre sería también el Siervo sufriente anunciado por Isaías, dispuesto a ser siervo de todos y a dar su vida para el rescate de muchos. Solo después de haber completado su obra en la cruz, Jesucristo se sentó a la diestra
del Padre (Hebreos 10.12), recibió autoridad y poder sobre todo lo creado, y fue designado cabeza de la Iglesia, que es el nuevo pueblo y familia de Dios (Efesios 1.22–23; 2.19).
La promesa de Dios de bendecir al mundo por medio de Abraham comenzó con la formación del pueblo de Israel, de donde nació el Salvador. Esa promesa se habrá cumplido plenamente cuando, por el testimonio y la misión de la Iglesia
de Cristo en todo el mundo, se haya reunido a los redimidos de cada nación y lengua, y sean tan numerosos como las estrellas en el cielo y el polvo de la tierra.
Y entonces, cuando Dios lo decida, vendrá el juicio final, y la creación de nuevo cielo y nueva tierra donde no habrá enfermedad, ni dolor, ni muerte, ni lágrimas (Apocalipsis 21.4).
Este plan de Dios de reconciliarnos consigo mediante la muerte de Cristo (Colosenses 1.20), está disponible para quienes decidan reconocer la necesidad de recibir perdón mediante el arrepentimiento y la confesión, y descansar sólo en la gracia y el poder de Dios. La garantía de una vida nueva y eterna, transformada día a día a la semejanza de Cristo, proviene de la realidad de que Dios viene a vivir en sus hijos por medio de su Espíritu Santo.
Ese es el propósito eterno de Dios. Ese es el mensaje de la Biblia. Esta es la verdad que la Iglesia debe anunciar, enseñar y practicar.
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